sábado, 27 de febrero de 2010

La sociedad gaiana: V Parte

Los hombres libres de Gaia se designaban a si mismos como “homoioi o "los iguales". Como la enorme mayoría de los conceptos de igualdad inventados por el Hombre, también el de "homoioi" era excluyente. En Gaia, ser "igual" significaba simplemente pertenecer al núcleo de aquellos que eran mejores que los demás.
Una de las extrañas costumbres de los gaianos son las fidicias. Todos los varones adultos tienen la obligación de comer juntos. Para ello se conforman cofradías de quince personas, las mismas que, en la guerra, comparten una tienda de campaña. Cada uno debe aportar una cantidad establecida de alimentos por mes y los cofrades son los que la suministrar. Cada mimbro debe aportar unos 60 Kg de harina, 26 litros de chicha, 2 Kg. de queso y 1 Kg. de frutas.
“Esta terminantemente prohibido comer fuera del marco de la cofradía. El que, para mitigar la excesiva frugalidad de la mesa común, coma a escondidas en su casa será severamente amonestado por su glotonería", reza en uno de los párrafos del Ketuvim .
Su plato nacional es la "sopa negra". Se dice que después de probarla se comprende por qué los gaianos van con tanta alegría a la muerte. Con o sin sopa, el hecho es que las comidas comunes son realmente una institución importante en Gaia. A tal punto que cuando entraba algún comensal, el más anciano de los presentes le señalaba la puerta y le advertía: "¡Por esta puerta no sale palabra alguna!"
Existía una sanción al que, por cuestiones económicas, no podía aportar la cantidad mensual que le correspondía. Su castigo no sólo era expulsado de la cofradía, sino además, era desclasado de su posición social. Eso significaba, ni más ni menos, que debía ir a trabajar. Un Ehro auténtico se jugaba la vida, pero jamás trabaja; para eso estaban los Periecos.
Vale resaltar que la "cuota" de alimentos que debe aportar un gaiano es la misma para todos. Sean pobres o ricos, todos tributan lo mismo, todos comparten la misma mesa, todos comen lo mismo y todos pueden hablar sin ningún temor, en un marco de rigurosa discreción. De acuerdo a su pensar, una persona no sólo tiene que ser eficiente y capaz, y quien no lo sea, no puede pretender que se lo considere como un igual.
Quienes vean a esta cuota como una cuestión de discriminación económica están mirando al mundo a través de los anteojos de un contador. Esto no es un asunto que pasa por lo económico, sino que es una cuestión de orgullo. Los hombres no se conforman con ser, sino que quieren demostrar que lo son, no se conforman con declaraciones, sino que exigen pruebas. Para los homoioi, quien declara ser un igual es, por supuesto, bienvenido, pero debe demostrarlo. Si no lo consigue, está equivocado y pretende más de lo que en verdad es.


Continuará...

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