viernes, 29 de enero de 2010

La sociedad gaiana: I Parte

La ciudad de Gaia se fundó en la región donde fuera la antigua ciudad de Quito. Esta nova-ciudad levantada sobre los cuatro mil metros de altura y en plena línea ecuatorial, se edificó en medio de dos macizos rocosos de origen volcánico conocidos en la antigüedad como el Ruco y el Guagua Pichincha. Este territorio formó parte de una de las provincias noroccidental de la desaparecida Liga Sudamericana de Naciones.
Los hijos de Gaia, conocidos también como gaianos, mantienen puras sus características originales puesto que no se mezclaron con el resto de grupos humanos sobrevivientes de la Gran Guerra, constituyéndose en una organización social y política única.
Los ehros son el orgullo de Gaia. Estos guerreros perfectos han sido los guardianes de la tierra y de la vida. Mezcla de mito y vedad, son los garantes de que esta sociedad haya sobrevivido. Estos hombres constituyen el estrato minoritario de la población y al ser pocos hicieron lo que siempre hacen los pocos para perpetuarse, ser los mejores.
Erradicaron de sus vidas todo lo que podía llegar a debilitarlos. Se sometieron a una férrea disciplina que, en pocas generaciones, los convirtió en una estirpe prácticamente indestructible. Se adiestraron con tenacidad en aquellas virtudes que necesitaban para producir un tipo de ser humano que fuera capaz de lograr los más difíciles objetivos militares y políticos.
Al iniciar una guerra, los ethos aplicaban técnicas de combate temerarias, que eran una combinación de sofisticación con arcaísmo. Uno de sus principales ritos guerreros, y por el cual los temían tanto, era porque al final de cada batalla decapitaban a sus enemigos y les reducían el cráneo. Estas cabezas enanas las exhibían orgullosos como trofeos y como amuletos.
Pero el camino que debían transitar aquellos que querían ser ehros era duro. En realidad, era durísimo. Con siete años el pequeño gaiano se despedía de su madre e ingresaban a la hermandad. Los padres de un varón poco tenían que decidir en cuanto a su educación más allá de los siete años. Hasta ese momento las madres gaianas lo habían criado sano, equilibrado y especialmente valiente. A veces, lo bañaban en las noches más frías porque creían que las criaturas enfermizas morían pronto, sea por el clima radical o por los duros entrenamientos, en cambio las sanas se fortalecían. A los niños se los educaba para comer lo que hubiere; se los dejaba a oscuras para que perdiesen el miedo a la oscuridad y a solas para acostumbrarlos a valerse por si mismos. Las madres, ciertamente, no eran sobreprotectoras.
Ya al nacer, el niño gaiano era llevado al Oráculo de Khipu. Allí, los ehtos, o ancianos de su estirpe, examinaban a la criatura y, si la hallaban apta, podía volver con su madre, caso contrario, lo abandonaban a su suerte. Pese a ser contados los casos, gracias a la propia evolución de su raza, los gaianos eran de la opinión que "...dejar con vida a un ser que no fuese sano y fuerte como para sobrevivir, no resulta beneficioso ni para el Estado ni para el individuo mismo".
Al no existir antibióticos, diagnóstico por imágenes, salas de terapia intensiva, ni siquiera aspirina, la práctica no deja de ser terriblemente cruel. Sea como fuere, en Gaia, a la edad de siete años, los sobrevivientes de la eutanasia ingresaban a la hermandad. A partir de ese momento vivían en hordas cuyo jefe era un niño mayor. Siete años más tarde, a los 14, se convertían en guerreros versados en las armas, la música, la naturaleza y la mitología, e impregnados hasta la médula de los conceptos del deber, el honor y la obediencia. Seis años más tarde eran hombres. Su educación había terminado.

Continuará...