La posesión de oro y plata estaba prohibida y se la castigaba con severas penas. Además, la posesión subrepticia e ilegal de estos metales tampoco les sirve de mucho. Los gaianos no adornan con joyas de oro sus hercúleos abdómenes, no se acicalan hasta parecer papagayos. Su adorno más preciado es su propio cuerpo y, en lugar de cubrirlo con fatuidades, lo cultivaban para que sea hermoso y para poder mostrarlo sin vergüenza.
Para producir lo que se necesita sobre una mesa, y hasta para fabricar la mesa misma, estaban los periecos, y si ellos necesitaban ayuda, pues estaban los helotas o esclavos. Estos últimos eran parte de la familia como podía serlo la vaca, el caballo, el perro o la cabra. ¿Maltratados? ¡Para nada! En su entender, una persona no maltrata a su caballo si su caballo le cumple. Nadie desprecia a una vaca lechera o a un excelente perro, a menos que sea un estúpido. Ningún hombre que se precie los maltrataría. Castigarlos, para que aprendan, quizás; pero maltratarlos, nunca.
Indiscutiblemente, la sociedad gaiana es austera, pero sobria, sin que eso signifique que se conforman con menos. Al contrario, aprendieron a no arruinarse la vida deseando más de lo necesario. Entienden que el ser sobrio significa no vivir persiguiendo lo prescindible, pues la austeridad los lleva a exigir lo preciso y desechar lo superfluo. No es una cuestión de cantidad. Es una cuestión de sabiduría.
Los gaianos son contundentes. Desde niños se los enseñaba a ser breves, concisos y veraces con elegancia. Si esta elegancia implicaba el sarcasmo, el hecho habla en favor de su inteligencia, pues el sarcasmo es el humor de las personas inteligentes.
Los gaianos tratan de poner la mayor cantidad de médula y seso en la menor cantidad posible de sílabas. Esa pulcritud intelectual, ese laconismo verbal, es otra característica de su agudeza mental. La palabra es como su otra espada: corta e hiriente. Una muestra de esa poderosa síntesis oral es aquella frase que usan los maestros a la hora de entrenar a sus jóvenes guerreros: "Quien no teme acercarse al enemigo no necesita largas espadas".
De estas célebres frases hay muchos ejemplos que se pueden tomar, por ejemplo, "Quien con pocas palabras entiende, pocas leyes necesita"; "Amigo… estás usando lo necesario innecesariamente"; "El que sabe palabras razonables, sabe también cuando vale la pena pronunciarlas". Antes de una batalla, alguien alguna vez preguntó a un ehros: “¿Cuántos soldados tienen en el frente?”, a lo que el guerrero contestó, "¡Los suficientes!".
Fin I parte...