viernes, 5 de marzo de 2010

La sociedad gaiana VI

Un gaiano llegado a la mayoría de edad y terminado su adiestramiento puede volver a su casa. Por lo tanto, puede y debe casarse y tener hijos. Los solteros empedernidos son castigados. Hasta entre los periecos se esperaba que, en una familia estéril, el hombre recurriese a su hermano o a su mejor amigo.
Ante esta necesidad, se comprende la enorme libertad de la que goza la mujer gaiana. Sus vestidos, abiertos por el costado hasta la cintura, permiten entrever sus torneados y bronceados muslos con total desvergüenza. Al ser deportistas tenaces, sus cuerpos se transformaron en verdaderas obras de arte, llegando a un nivel de perfección y detalle que parecieran ser hechas a mano. Gracias a esas pronunciadas aberturas en los vértices superiores de los vestidos, diseñados generalmente en base a fibras vegetales translúcidas, se puede observar las interesantísimas comisuras de sus prominentes nalgas.
Los hombres gaianos tienen oportunidades de sobra para calibrar íntegramente los atributos de las jóvenes. Todos los años, durante diez días, tenían lugar las gimnopedias en dónde la juventud gaiana competía y bailaba completamente desnuda.
No obstante, para los mirones bobos la cosa no carece de riesgos. Las mujeres tienen una lengua muy suelta y muy aguda y, en medio de una representación pública, puede tomar a un varón de blanco para destruirlo con picardías y burlas. Delante de reyes, éforos, senadores y pueblo en general, el pobre diablo queda hecho un guiñapo en cuestión de minutos. Indudablemente, un remedio definitivo y eficaz contra la lascivia, porque, sin duda, a veces es mejor ser enterrado vivo que caer en la boca viperina de una hermosa bribona, dotada de ese particular talento de adivinar los puntos débiles.
Como madres resultan insuperables. Si las jóvenes gaianas fueron compañeras de guerreros, las madres gaianas fueron progenitoras de héroes. Se cuenta que una gaiana que había mandado a sus tres hijos a la guerra se ubicó a las afueras de la ciudad para recibir más pronto las noticias del desenlace de la batalla. Cuando comenzaron a llegar los primeros guerreros, la mujer detiene a uno de ellos y lo interroga. El hombre, visiblemente incómodo, comienza a relatar cómo los tres cayeron en el combate. "¡Esclavo estúpido!" - lo interrumpió la gaiana- "¡No te pregunté por la suerte de mis hijos! ¡Te he preguntado por el resultado de la batalla!"
En Gaia, una de las ignominias más grandes era perder el escudo en la batalla. Debido a la particularidad de la formación de combate gaiana, el escudo no solamente cubría a su portador sino, en gran medida, también al hombre de al lado. Por eso, el escudo gaiano era considerado un supremo símbolo de camaradería. Por otra parte, oficiaba también de féretro ya que a los caídos en combate se los transportaba sobre sus escudos. Una de esas frases que se repiten como un ritual es al momento en que el joven gaiano recibía su escudo de mano de su madre, quien se lo entregaba con estas palabras: "Hijo mío: vuelve con él o sobre él".
Si llama la atención el hecho que los homoioi no trabajasen y que hasta tuviesen prohibido hacerlo, es más raro aún el hecho de que no pudieran acumular dinero. Esto se debe a una sencilla razón: En Gaia, el dinero no existe. No hace falta. ¿Increíble? No si lo miramos con ojos gaianos.
Para empezar, los iguales no están para ganar dinero, ni para hacerse notables por sus riquezas. La gente en Gaia comprendió que la aniquilación experimentada por sus antepasados, durante la Gran Guerra, fue el resultado de la desproporcionada acumulación de dinero en manos de unos cuantos avaros. La brecha entre ricos y pobres fue tal, que se convirtió en el detonante de las hostilidades. El individualismo, la corrupción, la prepotencia, la explotación feroz de sujetos y objetos, fueron nada más que los síntomas terminales de un sistema socio-económico homicida. A partir de allí, los gaianos comprendieron que la única fama que vale es la ganada en el campo de batalla, pues la gloria no tiene precio.
Es por eso que durante toda su juventud eran educados bajo la premisa de que la independencia de un Estado no se la compra, o se la conquista, o no se la tiene jamás. Es por eso que no tienen dinero, pues no podrían comprar con él lo que realmente les importa: su gobierno, su autarquía, su libertad. Tampoco lo necesitaban para lo demás. En Gaia no había pantagruélicos banquetes ni dionisíacas libaciones. Todos aportan lo mismo a la mesa común y todos consumen igual.


CONTINUARÁ...