miércoles, 12 de enero de 2011
LOS TOROS Y LA LIBERTAD
Por: Francisco Febres Cordero
No fue el mío un alejamiento drástico, como el que exige, por ejemplo, el cigarrillo. En determinado momento y por las más diversas circunstancias, uno toma la decisión y deja de fumar. No va más. Lo que sigue es sudor, tormento, desquiciamiento ante una decisión que resultó impostergable.
Con los toros no me ocurrió así. Mi distanciamiento fue despacioso y por etapas. Un día (que tenía que ser un día de diciembre, necesariamente) decidí no ir a la corrida. ¿Y la entrada? Las entradas nunca se pierden siempre hay alguien a mano que nos salva del trance y, encima, queda muy agradecido. No fui esa vez, pero si fui otra. Tal vez esa misma temporada o tal vez la del año siguiente. Llegué a la plaza unas veces y otras no llegué.
Pero lo cierto es que, cuando llegaba, me sentía cada vez más extraño, más incómodo, más fuera de sitio, para decirlo en términos taurinos. Me molestaban el ambiente, la gente, ese esnobismo que reina en las gradas, el humo de los puros que fuman los puristas, el jerez, el coño (no el coño de nadie en particular, sino el que pronuncian los que después de pronunciar cualquier palabra, pronuncian también ¡coño!).
Fui, pues, desentendiéndome de los toros. Me fui liberando y, como en todo proceso de liberación, hubo una sensación de libertad casi exultante. Pero también un sentimiento de dolor y de nostalgia. Hubo un choque de estados anímicos. A veces, encendía la tele y ¡tac! Pescaba, cerca de la medianoche Tendido Cero, y me quedaba viendo el programa, entendiendo quizá menos de lo que podía haber entendido antes de haberme cortado la coleta de aficionado. Ahora, ya no sabía quién era tal o cual torero pero, al ver cómo toreaba, me emocionaba o me cabreaba. O si no, de pronto, abría un libro y. Bueno, así le otra biografía de Manolete y regresé a la infancia e hice el paseíllo junto a mi hermano Rafael en el patio de nuestra casa de la Floresta y dejé que él, mi hermano, fuera Manolete y yo Islero, a mucha deshonra.
La última vez que me invitaron a ver una corrida, dije que no. Que gracias, pero no. Y después, cuando me invitaron a este mismo restaurante para almorzar, luego de la corrida a la que dije que no, dije que peor; en la Casa de Damián –imaginé- se almorzará con las zetas y ya no estoy en edad de soportar aquello, ¡joder, masho!.
Así pues, he llegado a esta provecta edad en que la salud (mental y física) me ha obligado a romper con dos pasiones que en determinado momento me marcaron: el cigarrillo y los toros. Del cigarrillo, confieso que en alguna noche de trasnoche, he dado algunas pitadas. He pecado, para al día siguiente mostrar mi contrición y, sobre todo, mi propósito de enmienda. Y de los toros, reconozco que a veces, cuando nadie me ve, en oscuras y en solitario, ensayo una verónica. O entro al Internet y pongo en el Google Manolete. A veces, Manolete. Otras, Dominguín. Otras, Paco Camino.
Pero sé, soy consciente que los toros, como los cigarrillos, están ahí. Y yo puedo volver a fumar cuando me dé la gana, así como creo tener el derecho de poder volver a los toros cuando me dé la gana. Lo que no soporto, lo que no puedo imaginar sin estar al borde de la alferecía es que alguien, cualquiera que sea, me prive de la posibilidad de regresar a la plaza algún día, si es que, ¡qué carajo!, me despierto con las ganas de hacerlo y siento que la sangre se me espesa de tensión, de nervios.
No voy porque no quiero. Igual que no fumo, porque no me da la gana. Pero si alguien proscribiera la venta de tabaco, yo me fabricaría a escondidas los míos y, aunque hubiera dicho que no iba a volver a fumar jamás, fumaría con las pitadas más hondas, más profundas, un cigarrillo tras otro, aunque solo fuera por hacer un ejercicio de libertad. Si alguien proscribiera los toros, viajaría de madrugada a algún páramo y citaría a la muerte en una pelea que la sé perdida de antemano, por el solo prurito de ejercer mi libertad a sentir miedo y sentir arte y sentir bravura y sentir –también sentir- el regusto de la gloria.
¡Que no se atrevan! ¡Que no se atrevan esos Torquemadas que nos tratan de meter a todos en la cárcel de lo políticamente correcto, a decir que se cierran las plazas que existen en casi todos los pueblos y ciudades del país y que los toros quedan prohibidos! ¡Que no se atrevan porque ese mismo instante me levantaré de mi sepulcro y volveré a los toros! Y si ya no existen, me los inventaré. Y haré que José María Plaza vuelva a vestirse de corto y con él marcharé a buscar a los Chalupas perdidos para ver cómo él sigue dando esas verónicas de belleza y cadencia insólitas, que yo jalearé desde el tendido como el más necio, viejo, obsesivo aficionado que juro volver a ser si alguien osa quitarme la posibilidad de, alguna vez regresar a ser espectador de una corrida.
jueves, 6 de enero de 2011
Devuelvan la poesía...
No se si es mi idea, pero se han dado cuenta que cada día hay menos poesía. Al parecer los poetas y las poetizas han migrado, como nuestros viajantes tristes, pero a otra dimensión. Los grandes poetas ahora son solo figuraras fantasmagóricas que pululan en la memoria de los más viejos. Es triste pero cada vez coincidimos menos gente en las perchas poéticas.
Me acuerdo que antes hasta poemas de memoria nos sabíamos:
“Justo Brito y Juan Tabare,
hombres de vera y peinilla
como no pare otra madre,
por una vieja rencilla,
en el lugar que se vieran
la muerte juraron darse”.
Ahora no, todo les suena cursi, viejo, anticuado, siento a ratos que les avergüenza sentir. Les da miedo que las palabras les sepan muy dulces, como si un soneto de amor les pudiera engordar, hasta en eso parece que quieren cuidan su figura.
Dígamen que tiene de añejo esto:
“Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra canta!”
O quién alguna vez no plagió esto (o algo de él mismo autor):
“Te propongo construir
un nuevo canal
sin exclusas
ni excusas
que comunique por fin
tu mirada atlántica
con mi natural
pacífico”.
¿Será que ya no nos pone los pelos de punta esto?
“A la cara de mi hijo
que duerme, bajan
arenas de las dunas,
flor de la caña
y la espuma que vuela
de la cascada...”
Devuelvan la poesía vean, no sean malitos!!!
Me acuerdo que antes hasta poemas de memoria nos sabíamos:
“Justo Brito y Juan Tabare,
hombres de vera y peinilla
como no pare otra madre,
por una vieja rencilla,
en el lugar que se vieran
la muerte juraron darse”.
Ahora no, todo les suena cursi, viejo, anticuado, siento a ratos que les avergüenza sentir. Les da miedo que las palabras les sepan muy dulces, como si un soneto de amor les pudiera engordar, hasta en eso parece que quieren cuidan su figura.
Dígamen que tiene de añejo esto:
“Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra canta!”
O quién alguna vez no plagió esto (o algo de él mismo autor):
“Te propongo construir
un nuevo canal
sin exclusas
ni excusas
que comunique por fin
tu mirada atlántica
con mi natural
pacífico”.
¿Será que ya no nos pone los pelos de punta esto?
“A la cara de mi hijo
que duerme, bajan
arenas de las dunas,
flor de la caña
y la espuma que vuela
de la cascada...”
Devuelvan la poesía vean, no sean malitos!!!
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